Playera Cocijo 3F

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Cocijo; Playera Deportiva 

Soy la armadura Cocijo, estoy lista para acompañarte en los grandes combates que vamos a vivir. Me están preparando con la mejor tecnología para comenzar esta gran lucha.

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Bandera

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Leyenda

Cuenta la leyenda que, en el tiempo de nuestros antecesores, en la cultura zapoteca existió el padre de todos los dioses, Pitao. Este era llamado el creador de todo el universo, excluyendo el caos y formando todo en esta vida como lo conocemos. También fue creador de los demás dioses, para entregarles atributos de elementos le ayudaran a controlar aquellos elementos de la naturaleza y, de igual forma, que la humanidad consiguiera crecer y sobrevivir mediante la sabiduría y consejería de ellos; los llamó como él, para no perder la jerarquía de un dios en la esencia de la creación.

Pitao los citó temprano y les compartió que su nombre se otorgaría de acuerdo a su elemento, pero compartiendo su mismo nombre para no perder aquella jerarquía divina. Así, empezó por el elemento tierra y dijo —tú te llamaras Pitao Xoo y serás el dios de los terremotos y el elemento tierra. Después, llamó al dios del elemento del agua y le dijo —tú te llamaras Pitao Cociyo y serás el creador de la lluvias. Así, sucesivamente, fue asignando el nombre de los demás dioses; elemento del viento de nombre Pitao Bée; al responsable de la caza y la pesca lo nombró Pitao Cozzana; a Pitao Cocobi lo responsabilizó del elemento de la cosecha; Pitao Paesi se le asignó el elemento del oráculo; la muerte quedó a cargo de Pitao Pezelao y por último, Pitao Benechaaba, que sería el dios del mal y amo del inframundo. Al término de las que él pensaba que serían todas las asignaciones, pudo percatarse de que aún no le otorgaba al último de sus hijos un nombre, a lo que resolvió en nombrar “Cocijo”, explicando que no le sería otorgado elemento alguno, pues lo consideraba muy pequeño para controlar lograr el control de este.

Feliz por lo acontecido, y un tanto orgulloso por haber ayudado a aquel pueblo donde habitaban los zapotecas, el Didjazáa. El Dios creador de todo, retrasó la asignación del elemento del fuego, resguardándolo únicamente para aquel que lograra dominarlo, otorgando tiempo suficiente para que el hombre contara con las destrezas necesarias y pudiera aplicarlo en el momento trascendente que marcara su evolución.

Pasados los días, el hombre tuvo que conformarse con ingerir todo producto de forma cruda, tanto los vegetales como la carne obtenida en las excursiones de caza; vivían en tinieblas, obligándose a esconderse por las noches de las bestias que comprometían su integridad.

La noche los volvía miedosos y recelosos unos de los otros, por eso, decidieron edificar estructuras de gran altura, pretendían hacerles llegar, lo más cercano posible, sus rezos al gran Pitao para que se compadeciera y les brindara el fuego.

De esta manera, los hombres proyectaron el montículo sobre el cuál edificaron una pirámide y esperaron la decisión del gran Pitao. Aún insatisfecho con el trabajo de los hombres, pero lleno de compasión por ellos, licitó entre los dioses menores, un lugar para aquel que pudiera tomar el fuego; juntó dos maderos y los frotó hasta que apareció el tan preciado elemento que iluminó la basta y fría noche.

Invitó a los Dioses a probar suerte para tomar este don de los cielos, lanzándose a la hornaza que había alimentado con madera, pero todos fallaron, tuvieron miedo. El último de la lista, Cocijo, pidió hacer la prueba. Pitao aceptó, entonces, Cocijo, auxiliándose de su hermano Cociyo (la lluvia), pidió que lo empapara con sus aguas y a Beé (el viento) que levantará con su mano las lenguas ardientes; de un salto, se echó en la hoguera. De aquella pira subió un humo espeso que se arremolinó en el centro del cielo, y en la punta del túmulo, los hombres, consternados, observaban en la parte baja del monumento. Una estría fulgurante en un estruendo horrísono, hizo su aparición y dejó perplejos a los dioses y a los hombres. Había nacido el trueno, fuego del cielo y regalo para la humanidad.

Los hombres llamaron a aquel túmulo “Cerro del Fuego” o Daniguí, celebrando la creación del preciado elemento y construyeron Danibán (Monte Alaban) o Cerro Sagrado, porque creyeron que los restos de Cocijo habían quedado sepultados en aquella montaña sagrada.

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